‘El círculo’ o la necesaria falta de sutileza

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Debido a que era la ‘Fiesta del Cine’ anoche fui a ver la película ‘El Círculo’, protagonizada por Emma Watson y Tom Hanks, y basada en la novela del mismo nombre. Gracias ‘Fiesta del Cine’ por rebajar durante unos días el precio de las entradas, la gente común lo agradecemos. El tráiler de la película lo podéis encontrar pinchando aquí.

Las críticas a la película (no muy buenas) las podéis encontrar aquí y aquí, y parece ser que no están muy lejos de las del libro. No pretendo hacer una crítica de la película, la cual tampoco me siento capacitado para hacer, sino reflexionar un poco sobre su contenido. Por tanto, lo que leáis a continuación puede contener spoilers.

En la película, Mae Holland, interpretada por Emma Watson, es una muchacha jóven atrapada en su trabajo de telefonista para una compañía de agua. Todo cambia el día en que su amiga le consigue una entrevista para trabajar en ‘El Círculo’, una empresa malvada, síntesis de Google, Facebook, Apple y, virtualmente, cualquier red social o empresa en internet que use tus datos para algo. Sin sorprender a nadie Mae consigue el trabajo, y es a través de ella que vemos la empresa por dentro. ‘El Círculo’ es más una secta que una empresa: a través de la red social interna para los ‘circulistas’, un algoritmo calcula tu grado de ‘sociabilidad’ en base a los eventos internos, para nada obligatorios, que la empresa organiza.

La película se centra, sobretodo, en la implementación del nuevo gadget, una cámara del tamaño de una pelota de ping-pong capaz de gravar en alta resolución y emitir vía satélite, llamada SeeChange, que el gurú de El Círculo, inspirado en Steve Jobs e interpretado por Tom Hanks, pretende que esté en todos lados: en la playa para ver desde casa si hay buenas olas para hacer surf, en las ciudades de régimenes totalitarios para poder registrar abusos a derechos humanos, etc. Es gracias a una de estas cámaras que Mae es salvada cuando decide que es buena idea robar una piragua para remar en plena bahía de San Francisco de noche y sin salvavidas.

Después del accidente el gurú de Tom Hanks y su mano derecha le proponen a Mae que lleve una cámara SeeChange modificada, más pequeña si cabe, todo el día porque, según Mae, cuando nadie nos ve cometemos errores, y los secretos nos llevan al lado oscuro. Creeréis que dicha obviedad es mi interpretación de lo sucedido, que la película es más sutil, pero lo cierto, y es nuestro principal problema como sociedad, es que no fue así. Y la obviedad no empieza con dicha conversación, sino en el mismo momento en que se presenta SeeChange. Al terminar la película me sentí ofendido por tamaña falta de sutileza, por el insulto a mi inteligencia, pero tras unos minutos me di cuenta de que lo más insultante es que a quién se le ocurrió el libro no creyera que las nuevas generaciones nos pudieramos dar cuenta de los riesgos y las vulneraciones a la intimidad a las que accedemos libremente al usar ciertas tecnologías; que el único modo de hacerlo era con un descaro insultante.

Y quizás tuviera razón: publicamos nuestro día a día en las redes sociales de un modo totalmente abierto e irresponsable que en verano, a través de los noticiarios, nos tienen que recordar que con dicha información cualquiera puede saber que hay un piso listo para ser robado. Pero estos no son los únicos riesgos: Facebook, Google y demás servicios ‘gratuitos’ viven de vender nuestros datos, que actualmente incluyen el sitio en el que hemos estado de fiesta el sábado por la noche, o al que fuimos a cenar el viernes.

Quizás una película relativamente mala y tan poco sutil sea lo que necesitamos para darnos cuenta, a nivel colectivo, de los riesgos de usar ciertas tecnologías. Quizás alguien acuse al autor del libro, al director de la película, o incluso a mi, de demonizar la tecnología, lo cuál creo que está muy alejado de la realidad. Pero, recordad que en 1984 era el Estado totalitario el que controlaba la totalidad de la información, incluyendo el pasado, el presente, e incluso lo que uno debe y puede hacer en la intimidad de su casa, mientras que ahora, de modo voluntario, estamos dando toda esa información a empresas que, cuanto menos, son opacas, y que no nos dicen qué hacen con nuestra información.



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