Ilustración, progreso y humor

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Por mucho que cierta derecha conservadora -aunque una parte se autodenomine liberal- se empeñe en recalcar los valores judeocristianos como la base de la identidad europea -sobretodo para dibujar una guerra de religiones, un asedio en el que el musulmán, caricaturizado como hombre barbudo, con chilaba y cuyo único objetivo en la vida es someter al cristiano y dinamitar desde dentro el Estado a base de pedir subvenciones-, lo cierto es que dicha identidad, la Europea, no se sustenta en conceptos vacíos, como el de ‘valores judeocristianos’ sino en algo más tangible y verídico, la Ilustración.

La Ilustración, comenta André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico, ‘designa un período al mismo tiempo que un ideal. […] Es el ideal del conocimiento, del progreso, de la tolerancia, del laicismo, de la humanidad lúcida y libre. Ser un hombre de la Ilustración, explica Kant, consiste en pensar por propia cuenta, en servirse libremente de la propia razón, en liberarse de los prejuicios y de la superstición.’ (p. 272). A la Ilustración debemos ideas como los gobiernos constitucionales o la separación entre Iglesia y Estado y una ristra de pensadores cuyo pensamiento está en la base de nuestra vida política y económica, como Jean-Jacques Rousseau, Voltaire, Adam Smith o Benjamin Franklin. En resumen, la Ilustración nos libró del yugo de la religión, nos permitió cuestionar lo más sagrado, y gracias ella tenemos la certeza de que no seremos quemados en la hoguera como herejes al contradecir a Dostoievski afirmando que, ‘Si Dios no existe, no todo está permitido, y la vida es, de hecho más fácil que con Dios’ (la frase original aquí). Hace tiempo, en la radio, esuché a alguien decir que la desacralización es el motor de la modernidad. Sin duda me parece el mejor modo de resumir todo lo dicho hasta aquí.

 

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Pero pasemos al humor. Andrés Barba en su genial La risa caníbal: humor, pensamiento cínico y poder hace un análisis del humor y sitúa la risa en el cruce entre la razón y la moral, y citando al filósofo francés Henri Bergson -‘en un mundo de inteligencias puras quizá no se lloraría, pero desde luego se reiría’ (p. 11)- concluye que, tras dos guerras mundiales, en vez de vivir en un mundo de risueñas inteligencias bergsonianas, vivimos en un mundo sentimental. Y claro, los sentimientos son algo sagrado para la gente y sobre lo que uno no puede reírse. El mismo Barba lo dice unas líneas más abajo: ‘a diferencia de las razones, los sentimientos tienen la poderosa virtud de resultar inexpugnables. Una idea puede discutirse. Un sentimiento solo puede respetarse. Y en esa dialéctica la respuesta es sencilla: la risa es siempre una amenaza, una agresión tan perversa como el canibalismo’ (ibid).

Es evidente que hoy en día hay menos elementos sagrados en nuestras vidas diarias, pero tal como nos muestra Barba, todavía los hay. La desacralización -la Iluminación, vaya- no consiste en reírse de todo, pero sin duda todo debe poder ser risible, al menos dadas las circunstancias adecuadas, como por ejemplo cierta intimidad o un acuerdo tácito sobre el contenido entre el ponente y su audiencia. El mejor ejemplo de que todo debe poder ser risible bajo las circunstancias adecuadas es el famoso chiste del humorista Gilbert Gottfried que hizo durante un roast a Hugh Hefner en Nueva York semanas después del atentado del 11S. Gottfried dijo a su audiencia ‘debo coger un vuelo temprano hacia California. No pude coger un vuelo directo, dicen que debo hacer escala en el Empire State Building’ a lo que alguien, entre los abucheos del público, le replicó ‘demasiado pronto’, dejando claro que sí se pueden hacer chistes sobre el 11S, pero quizá solo unas semanas después del atentado no sea el mejor memento. (Aquí podéis encontrar más información sobre la anécdota, en inglés) Supongo que a nadie sensato se le ocurriría hacer un chiste en público sobre los atentados de Barcelona y Cambrils del 17A once días después, pero seguro que alguno de vosotros ha oído alguno en círculos más íntimos.

Resituémonos: Ilustración, razón y sentimientos, humor. Decir que la libertad, la razón y la identidad Europea -la basada en la Ilustración, no en esa patraña de los valores judeocristianos- está en peligro hoy en día es innecesariamente alarmante, aunque quizá sea más acertado que los que afirman que los refugiados que vienen a Europa suponen una invasión encubierta, un caballo de Troya que terminará con nuestra identidad. Pero me gustaría señalar al menos tres fuerzas contrarias al progreso -humor mediante- de la humanidad: el Estado español, parte de los católicos españoles, y parte de los musulmanes en el mundo.

Resultat d'imatges de alka eta

En el cartel puede leerse ‘GORA ALKA ETA’

En España se han juzgado -que ya es grave de por sí- e incluso se han condenado ciudadanos por hacer humor, ya sea a través de tuiter (como el caso de Cassandra, aquí), ya sea en un espectáculo de títeres (aquí), o por un sketch (más información, sketch incluido, aquí). Tres elementos se consideran sagrados, es decir, uno no puede ni bromear al respecto: el tiranicidio de Carrero Blanco -que tuvo como consecuencia una oleada de chistes muy divertidos- pues se considera enaltecimiento del terrorismo, el terrorismo en sí -porque, claro, decir Alqa-Eta es un claro enaltecimiento de la banda terrorista ETA-, y las corruptelas del actual partido de gobierno, el PP. Por suerte, de los tres casos aquí mencionados -aunque hay muchísimos más-, solo uno terminó en condena, quedando los otros dos absueltos.

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En segundo lugar están los católicos. Seguramente pudieran ser incluidas otras confesiones cristianas pero desconozco si han sucedido casos como los dos que mencionaré a continuación. La Fiscalía Provincial de las Palmas investigó -y ya me parece grave- la actuación de la Drag Queen Drag Sethlas por su actuación -¡actuación, por Dios!- durante los Carnavales de Las Palmas de Gran Canarias (vídeo de la actuación aquí) a raíz de una denuncia interpuesta por la Asociación de Abogados Cristianos por lo que, consideraban ellos, una vulneración del artículo 525 del Código Penal. La denuncia quedó archivada, pero aún así, la mera existencia del artículo 525 del CP ya representa un lastre para el progreso.

Artículo 525.
1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.
2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.

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Otro caso similar ha ocurrido durante las fiestas de Bilbo. Una de las txosnas, de carácter animalista, tenía una decoración que simulaba una carnicería donde se ofrecían distintas partes del cuerpo humano y un póster con el despiece de Jesús en la cruz, a modo de cerdo (aquí podéis leer la breve noticia). La txosna se llamaba, para más inri, Carnicerías Vaticanas. El caso es que, debido a una denuncia por parte del Obispado de Bilbao basada en el mismo artículo del código penal que la denuncia contra Drag Sethlas, la Ertzaintza ha retirado el póster de Cristo. Pero no solo ofendía el póster -al fin y al cabo un trozo de papel con una representación pictórica muy católica, a la que simplemente se le ha añadido el despiece, como si fuera un animal para producir carne- sino que también ofendía el corazón rodeado de espinas.

Evidentemente, con esto no estoy diciendo que toda la comunidad de católicos, ya sea en España o en el resto del mundo, representen un lastre para el progreso de la humanidad pero queda claro que aquellos que se aprovechan de absurdos y denuncian actos que en una democracia sana del siglo XXI no deberían tener más consecuencia que un debate de ideas, sí representan un lastre, y además, un peligro para la democracia.

No sé si a vosotros os parece una aberración que el Estado proteja de este modo un sentimiento. A ojos del legislador, parece ser, es más importante el religioso que otros sentimientos. Sí, también quedan protegidos los sentimientos de los que no profesamos religión o creencia alguna, pero es algo totalmente innecesario. Si alguien mediante palabra, por escrito o cualquier documento hace escarnio de tus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o incluso si los vejan, la respuesta debe ser intelectual -un debate de ideas, vaya- no penal.

Y pasamos a la tercera fuerza, que todo hay que decirlo, todavía no ha actuado en España*, pero sí en el país vecino, al norte de los pirineos. Hablo de los atentados contra la revista Charlie Hebdo en 2011 y en 2015. El primero de ellos fue, presumiblemente, debido a una portada en que se había cambiado el nombre de la revista, pasando este a ser Charia Hebdo, y en que aparecía un retrato del profeta Mahoma diciendo que recibirías cien latigazos si no te morías de risa (aquí la portada), todo ello para criticar la reintroducción de la Sharia en Libia. El segundo de los atentados, el de 2015, se saldó con la muerte de 12 personas, varias de ellas de la revista. En este caso, la fuerza de la que hablo no hace uso del Estado ni de leyes que no deberían existir en primer lugar, sino que directamente se salta la ley a la torera, con la terrible consecuencia que no se contesta a la caricatura, una idea en sí, con otra idea, sino que se usa la violencia. O se incita a ella, como le sucedió al escritor Salman Rushdie tras la publicación de Los versos satánicos, por la cual el Ayatolá Jomeini emitió una fetua llamando a la ejecución del propio Rushdie y de cualquier otra persona relacionada con la publicación de dicho libro. Desgraciadamente el traductor de la novela al japonés, Hitoshi Igarashi fue asesinado, y el traductor al italiano, Ettore Capriolo, fue atacado pero, por fortuna, sobrevivió (aquí más información, en inglés). Esta intransigencia con cualquier ofensa, caricatura o mofa con su profeta -y religión- es solo peor que las ofensas que sienten los católicos por las consecuencias que tienen -muerte y amenazas-, pero el hecho en sí es exactamente igual de aterrador. Con todo, de igual modo que las denuncias contra Drag Sethlas no convierten a todos los católicos del mundo en un lastre para el progreso, los musulmanes a los que una caricatura de Mahoma les ofende y no van más allá, no suponen un lastre o peligro para la humanidad, pero aquellos que consideran que tamaña blasfemia solo puede responderse con la muerte son mayor peligro que el Obispado de Bilbao, sin lugar a dudas.

Resumiendo, para finalizar: poner trabas al humor, ya sean legales o mediante amenazas con el uso de la violencia, es poner trabas a al progreso. Este progreso ha sido posible gracias a la Ilustración, al sapere aude, a arrojar luz allá donde la oscuridad del dogmatismo y de lo sagrado impedía toda crítica. Nada debe ser lo suficientemente sagrado como para que alguien, bajo circunstancias propicias, no pueda reírse de ello. Evidentemente, la libertad del humor -libertad de expresión- tiene consecuencias, entre otras la ofensa. Pero hay que recordar que ofenderse es un privilegio que tienen algunos individuos. Y dicho privilegio no puede atentar contra los derechos más básicos que hemos conseguido gracias a la Ilustración. En caso de ofensa tienes dos alternativas: o bien entras al trapo y respondes ideas con ideas, o bien decides pasar el tema por alto y no intervenir. Exigir que se pida perdón -una teatralización absurda e innecesaria si la petición no es sincera- o, peor todavía, pretender aplicar el Código Penal o, peor incluso, incitar a, o ejercer a la violencia contra alguien está totalmente fuera de lugar. Si un chiste o caricatura te ofende y crees que deberías hacer algo de lo mencionado anteriormente, quizá deberías regresar a la oscuridad de tu cueva y dejar la vida en sociedad para aquellos que entienden las normas básicas.

*Cierto, ha habido atentados yihadistas en España, pero no puede atribuirse a una ofensa en particular hacia lo más sagrado del Islam -su profeta- como sí es el caso de Salman Rushdie y de Charlie Hebdo.

Bibliografía usada:

  • Barba, A. 2016. La risa caníbal: humor, pensamiento cínico y poder. Barcelona. Ediciones Alpha Decay.
  • Comte-Sponville, A. 2005. Diccionario filosófico. Barcelona. Ediciones Paidós Ibérica.

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Más parlamentarismo, más consenso.

-var-www-web.popularlibros.com-public_html-imagenes_grandes-9788434-978843440524Si habéis mirado recientemente los informativos de televisión o habéis leído periódicos, seréis conocedores de dos informaciones: el PP quiere presentar una reforma de la ley electoral para dar una ‘prima al vencedor’ en las elecciones locales y, para las elecciones autonómicas del 27-S Artur Mas y Oriol Junqueras formarán parte de una candidatura unitaria en la que el cabeza de lista es el exeurodiputado ecosocialista Raül Romeva. Estos dos hechos han generado una serie de opiniones al respecto, ya sea de periodistas, tertulianos u otros políticos, que me han obligado a tener que hacer una explicación y defensa del sistema parlamentario de carácter consensual.

¿Qué es una democracia parlamentaria consensual?

Una democracia parlamentaria es aquella en la que los ciudadanos eligen el parlamento –en elecciones legislativas- y los diputados democráticamente electos eligen quién debe encabezar el gobierno formado por un Primer Ministro. El caso más ejemplar es Reino Unido, pero también lo es España, pese a que aquí le llamemos Presidente del Gobierno. Lo opuesto, hablando de democracias, serían los sistemas presidencialistas, donde los ciudadanos votan la composición del parlamento por un lado, y por otro la presidencia del país, como en Estados Unidos. Como consecuencia, en los sistemas parlamentarios no existe una clara separación entre los poderes legislativo y ejecutivo.

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Extraído de ‘Modelos de democracia’ de Arend Lijphart, Ariel, Barcelona 2012. En el eje vertical, cuanto más arriba, más unitario es el Estado, cuanto más abajo, más descentralizado. En el eje horizontal, cuanto más a la izquierda, más consensual es la democracia, cuanto más a la derecha, más mayoritaria.

Pero democracias parlamentarias hay de dos tipos: consensuales y mayoritarias. En función de varios factores (en Modelos de democracia Lijphart toma en consideración diez variables: número efectivo de partidos parlamentarios, gabinetes ganadores mínimos de un solo partido, dominio del ejecutivo, desproporcionalidad electoral, pluralismo de los grupos de interés, federalismo-descentralización, bicameralismo, rigidez constitucional, revisión judicial e independencia del banco central) las democracias pueden definirse o bien como democracia consensual o mayoritaria. Países como Reino Unido, Estados Unidos o Francia son mayoritarios, mientras que países como los Escandinavos, Israel o Suiza son consensuales.

España es una democracia parlamentaria mayoritaria. Esto es debido a que el sistema electoral, pese a ser proporcional (los escaños que salen de cada circunscripción se reparten de forma proporcional en función del número de votos que saque cada partido) tiene una corrección mayoritaria, lo cual ha favorecido –de hecho ya se pensó así en su momento- gobiernos monocolor y mayorías absolutas, lo cual favorece la aprobación de leyes por parte de pocos partidos (bien es verdad que, al disponer mayoría de escaños –es decir, mayor representación del pueblo soberano- , pueden hacerlo con toda legitimidad).

La reforma del PP

El PP ya anunció el año pasado que tenía intención de modificar la ley electoral para las elecciones municipales, instaurando correcciones para evitar que gobierne una lista que no sea la más votada. Para conseguir tal efecto han propuesto varias medidas. Por ejemplo, que en caso de que ningún partido haya obtenido el 40% de los votos, se dirima quién debe gobernar con una segunda vuelta –como en Francia-, o que tenga que gobernar la lista más votada, aunque exista un pacto entre el resto de partidos que, sumando sus concejales, tengan mayoría, o dando una prima de concejales al partido que más votos obtenga. Todas estas medidas van en una clara dirección: los sistemas mayoritarios. Esto es de especial relevancia puesto que Rafael Hernando, portavoz en el Parlamento del PP, de un modo totalmente orwelliano, dice que dichas propuestas son para acercar la democracia al pueblo, para que el ciudadano tenga mayor poder de decisión.

El sistema actual en España es el parlamentario. Así lo estipula la constitución y, por tanto, quien se encarga de elegir la presidencia del Gobierno o la alcaldía de los Ayuntamientos son los diputados y concejales. El parlamentarismo consensual, además, es más justo en términos de representatividad, y los gobiernos formados por coaliciones –si bien no está la costumbre asentada en el país- representan mejor a los ciudadanos, haciendo que su acción de gobierno sea –hablamos en teoría- más justa y en nombre de más ciudadanos que si el gobierno es monocolor y elegido por un 30% de la población.

La lista unitaria

Al ser el sistema parlamentario, los elegibles por cada partido se presentan en listas que los ciudadanos votan. Que las listas sean cerradas y bloqueadas es una queja habitual entre los sectores de izquierdas que piden una mayor democratización –y razón no les falta- pero esto no quita que el método de elección para los representantes del pueblo sea democrático y legítimo. En España todas las elecciones que hay son para elegir representantes del pueblo, ya sea en Ayuntamientos, Parlamentos Autonómicos o las Cortes Generales, divididas entre el Congreso de los Diputados y el Senado. De este modo, aunque durante la campaña electoral se pida el voto por uno u otro candidato, siempre con nombres propios y retratos, en realidad lo que el ciudadano hace es elegir quién le representará en el parlamento. En España ha habido siempre una tendencia a hacer campañas de carácter presidencialista, algo bastante normal si entendemos que el ciudadano empatizará más con un rostro que con unas siglas.

Como ya dije, en la candidatura unitaria ‘Junts pel sí’, el cabeza de lista es Raül Romeva, seguido de Carme Forcadell, Muriel Casals, y ya en cuarto y quinto lugar, Artur Mas y Oriol Junqueras. Es previsible que, en caso de obtener escaños suficientes para formar gobierno, este sea presidido por Artur Mas, cosa que a Joan Herrera, actual líder de Iniciativa per Catalunya, le parece antinatural. Quizás habría que recordarle al líder ecosocialista que el parlamentarismo no estipula que quien deba gobernar sea el cabeza de lista de la lista ganadora, sino aquél que reciba el voto favorable de una mayoría de diputados.

¿Por qué un parlamentarismo consensual?

Ya desde antes de las manifestaciones y acampadas populares del 11-M sectores en la izquierda han reclamado una mayor democracia, habitualmente pidiendo una reforma de la ley electoral para que las listas electorales dejen de ser cerradas y bloqueadas, cambiando la Ley d’Hondt por otro método correctivo de carácter más proporcional, todo ello para que los sistemas de representación del pueblo sean más plurales y acordes con las preferencias de los electores –como anécdota: que Izquierda Unida, con más de un millón y medio de sufragios obtenga ocho diputados, mientras que CiU, con medio millón menos obtenga el doble, es cuanto menos peculiar. Con el tiempo, otras propuestas –que también hacía tiempo que corrían por el panorama político español- han ganado también más visibilidad, como por ejemplo los movimientos asamblearios –los cuales no son de mi especial devoción.

El caso, para terminar esta extensa entrada, es que, cuando se trata de sistemas parlamentarios, los modelos consensuales son superiores a los modelos mayoritarios en cuanto a representatividad, proporcionalidad y democratización. Todo modelo tiene virtudes y defectos, y sin duda uno de los defectos de los modelos consensuales es la falta de rendimiento de cuentas de los diputados, si lo comparamos con los sistemas mayoritarios, y también, quizás, una mayor dificultad para gobernar, aunque esto no termine de estar del todo claro para Lijphart.

Lo deseable en pro de la democracia sería que todo parlamento, ya sea municipal, autonómico o Estatal tuviera una proporcional representación de los escaños respecto a lo que el electorado ha elegido y que, si nadie obtiene mayoría suficiente para gobernar en solitario, se vean obligados a convivir y a formar un gobierno de coalición. Lo importante no debería ser la implementación del programa electoral a toda costa, sino que toda acción de gobierno cuente con el mayor apoyo de la población. Las correcciones mayoritarias que el PP tiene en mente van, precisamente, en contra de esta mayor democratización.